La filosofía de la vida

El final del siglo XIX se caracteriza por grandes cambios sociales y políticos.

La revolución industrial, que en parte comenzó durante el siglo XVIII, y sus consecuencias deshumanizantes para los obreros llegan a su máximo impacto en la sociedad. El ser humano es considerado como una máquina más, una mano de obra reemplazable que puede ser explotada y que debe funcionar según los estándares de las empresas. Como consecuencia, los movimientos obreros, reclamando más derechos y libertades, llegan a la política para exigir reformas sociales. En un extremo, surge el movimiento comunista que promulga la igualdad de todos y la división equitativa del capital y de los recursos del estado entre los ciudadanos. Por el otro, entran en auge los nacionalismos que identifican a los problemas sociales y económicos como causados por lo extranjero, lo ajeno. Ambas corrientes, conducirán a numerosas revueltas, rebeliones y dictaduras, que terminarán en las dos guerras mundiales del siglo XX.

En la ciencia, nace la teoría de la evolución de Charles Darwin (1809 –  1882) que explica que las especies biológicas cambian y se desarrollan a lo largo del tiempo por la selección natural de los más aptos y fuertes, mientras que los débiles se extinguen. Con ello, el fin teleológico (último) de la humanidad se resuelve en una lucha por la supervivencia. En la sociología esta teoría se refleja en el Darwinismo social, que defiende que el concepto de selección natural se aplica al desarrollo de la sociedad.

Al margen de las corrientes predominantes de la filosofía e influenciado por la biología, surge el vitalismo (la filosofía de la vida), que considera a la vida como única esencia de la realidad, como fuerza dinámica de la naturaleza que se desarrolla por sí misma en un entorno que le puede ser hostil, y que trata de explicar, valorar y guiar la vida en sí, el individuo en sí.


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